El empleo del pilum en la península itálica comenzó en fechas muy tempranas, los primeros ejemplares se documentan en la región del Samnio en el siglo VIII a. C. (ejemplares de Roggiano Gravina). Desde el siglo V a. C. lo documentamos también en Lucania (ejemplares de Metaponto, Paestum…) y en Etruria (ejemplar de Vulci). En manos claramente romanas no se documentan hasta el siglo III a. C. (Talamonaccio), aunque con toda probabilidad los empleasen desde fechas más tempranas. Pronto se convirtió en uno de los ingredientes principales de la forma de combate propia del ejército manipular, y algunos de sus ejemplos más tempranos han aparecido en la península ibérica, como en el campo de batalla del Cerro de las Albahacas /Santo Tomé, Jaen), escenario de la batalla de Baecula. Si bien fue un arma que evolucionó mucho a lo largo de su dilatada historia, en esencia se trataba de una vara de hierro acabada en una punta piramidal, enastada en un mango de madera, con unas dimensiones que oscilaban entre el metro y medio y los dos metros, así como un peso de entre dos y cinco kilos. El número de pila empleados por cada soldado ha sido ampliamente discutido debido a su reducido alcance, apenas unos 30 m, considerándose que los miembros de las primeras filas debían ir con uno solo, mientras que los legionarios de las filas posteriores irían con un segundo pilum.
Uno de los mitos más extendidos respecto a esta arma es que poseía un diseño específico que tenía por objetivo que se doblara al impactar contra los escudos enemigos, inutilizándolos. Si bien es cierto que el pilum podía doblarse al chocar contra un objeto especialmente duro, esto no se debía a un diseño concreto o intencionado sino a que eran fabricados con acero dulce (sin carbonatar), relativamente dúctil. Lo que verdaderamente permitía que el pilum inutilizase los escudos enemigos -pues la arqueología experimental ha demostrado que podía atravesar hasta 3 cm de madera- era su cabeza piramidal: una vez perforada, la madera tiende a esponjarse por lo que es complicado que la cabeza, más grande que el astil, sea extraída.
Mientras que el pilum era un arma de probada efectividad contra masas de infantería, la expansión de las fronteras romanas trajo nuevos retos, como la presencia masiva de la caballería en los campos de batalla orientales, lo que suscitó el desarrollo de una nueva arma: la lancea, creciente a partir del siglo I d.C. a medida que su uso se amplía a muchas unidades y no exclusivamente a la caballería.
A pesar de la infinidad de tipos y términos, podemos concluir que consistía en una punta de hierro forjado fijada con un enmangue tubular a un hasta de madera, con un regatón metálico en el extremo opuesto. En un principio su diseño estaba pensado para que sirviese tanto como un arma arrojadiza de la caballería como de arma de acometida. A partir del siglo I d.C. la infantería auxiliar comenzó a utilizarla también, con idéntico uso, empuñando una y portando otras dos más pequeñas y ligeras tras el escudo. A lo largo del siglo II y III la lancea se mantuvo como arma principal de la infantería auxiliar (beneficiarii, frumentarii, speculatores), llegando a aparecer hasta cinco en las manos de un soldado auxiliar en una estela funeraria de este periodo; mientras que la caballería adoptó el contus, una pesada lanza de origen sármata que por sus dimensiones debía emplearse con ambas manos a la vez.
A partir de finales del siglo III la lancea dejó de ser empleada como un arma arrojadiza y aumentó considerablemente de tamaño. Su empleo se popularizó entre unidades concretas más allá de las auxiliares, apareciendo el termino lanciarii para referirse a aquellos contingentes que la empleaban.
La gran innovación a partir de finales del siglo III fue la plumbata (diminutivo de hasta plumbata: lanza emplomada) o martiobarbulus (dardo de Marte) que consistía en un dardo, o más bien una flecha, con un lastre de plomo que le daba peso y la permitía ser lanzada con la mano y atravesar los escudos enemigos. Según las fuentes antiguas, el Epitoma rei militaris de Vegecio y el anónimo De Rebus Bellicis fundamentalmente, así como diversos hallazgos arqueológicos, el principal tipo de este proyectil era la llamada plumbata mamillata (emplomada con pechos), que consistía en una punta aguzada de sección circular con un lastre de plomo de forma bulbosa bajo ella, enastada en un astil de hasta 50 cm de longitud y rematada con aletas en el extremo opuesto. Otro tipo, del que no se han encontrado evidencias arqueológicas, era la plumbata et tribolata, que contaba con púas en el lastre de plomo para herir a cualquier soldado enemigo descuidado que la pisara cuando esta cayera al suelo.
Cada soldado debía llevar hasta cinco de estos proyectiles en la cara interior de su escudo, permaneciendo a mano para ser lanzados durante la carga o mientras se tomaba una posición defensiva, momento en que eran lanzados por los miembros de la tercera fila. La plumbata se lanzaba con una sola mano y según las últimas investigaciones de arqueología experimental, conducidas con réplicas de varios tamaños, se podía lograr un alcance de hasta 60 m. Esta distancia concuerda con el comentario de Vegecio respecto a que los soldados que lanzaban la plumbata ejercían el papel de arqueros pues “conseguían herir al enemigo antes de que entrase en el radio de alcance de los proyectiles convencionales”.
En conclusión, el estudio de la evolución de las armas romanas del pilum a la plumbata muestra cómo el ejército romano en el bajo Imperio no decayó en calidad; sino que, si bien todas las armas mencionadas gozaron de cierta continuidad, la panoplia romana se mantuvo inmersa en un continuo proceso de adaptación a los nuevos escenarios militares y a los nuevos retos que imponían los nuevos enemigos. Mientras que el pilum fue un arma de gran importancia para los enfrentamientos cercanos contra grandes masas de infantería, se mostró como un arma escasamente eficaz para hacer frente a los acorazados jinetes persas y godos. La lancea fue por tanto la respuesta natural a la necesidad de enfrentar a los jinetes enemigos al tiempo que se era capaz de mantener un rango mínimo de alcance entre las armas arrojadizas, lo cual se mostraría igualmente poco adecuado contra los temibles arqueros a caballo que desde finales del siglo III poblaban las fronteras orientales de Roma. Por tanto, fue necesaria la invención de un arma que dotase a los infantes romanos de un alcance hasta entonces sin precedentes, pero que al mismo tiempo no impidiese el empleo del scutum ni impidiese desenvainar rápidamente la espada: la plumbata, con un alcance que duplicaba el del pilum o la lancea y cuya simple utilización era la respuesta perfecta.
Bibliografía
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Quesada Sanz, F. (2003) “El legionario romano en época de las Guerras Púnicas: Formas de combate individual, táctica de pequeñas unidades e influencias hispanas” en Espacio, Tiempo y Forma, Serie II 16, pp. 163-196.
Un saludo desde CDMEX. interesante el articulo, ami que me gusta la historia de Roma; gracias, muchas gracias.